jueves, 7 de julio de 2011

Después de tu adiós.

¿Cuánto tiempo tenía aquí sentada?

¿Un segundo? ¿Un minuto? ¿Una hora? ¿Un día?

No lo sabía, no tenía idea ni qué hora era, ni mucho menos que día. Abrace mis piernas desnudas, ya que estaba usando solo una camisa que me llegaba hasta medio muslo. Su camisa, la camisa que había olvidado en mi departamento.

Me empeñaba en encontrar su olor en la camisa, pero la había usado tantos días que era ahora más mi aroma, que el de él.

Mire a mí alrededor, cartas, fotografías, regalos… Todos mis recuerdos que había formado con él, durante seis meses.

Suspiré.

Me levante lentamente, y al hacerlo perdí un poco el equilibrio, ¿Cuánto tiempo tenía sin pararme? Sentía las piernas entumidas, y camine un poco en la habitación para estirarlas. Sentía en las plantas de los pies las diferentes texturas de todos los objetos que estaban regados.

Me dirigí al pequeño escritorio donde tenía mi laptop, y mis cosas de la escuela. Recorrí la silla para sentarme, y casi me atraganto con mi propia saliva al ver sus jeans perfectamente doblados encima de ella.

Salí corriendo de esa habitación, ya no podía más. Tenía que olvidarlo, pero ¿cómo olvidar a alguien al que amas de semejante manera? ¿Cómo olvidar al amor de tu vida?

Mi vista estaba nublada a causa de las lágrimas y no supe cómo fue que termine en la cocina. Abrí el grifo y me moje que la cara, para tranquilizarme y refrescarme un poco.

¿Cómo fue que me metí en esto?

Por fin había terminado otro semestre de la universidad. Había tenido tantos proyectos, y exámenes que mi vida social estaba enterrada cien metros bajo tierra, y no solo la mía, las de la mayoría de los estudiantes. Por esa misma razón, unas compañeras habían organizado una fiesta en un bar cerca de mi apartamento; toda la universidad estaba invitada, por lo que la fiesta seria un caos… Aun así iría, necesitaba divertirme y relajarme.

Tal y como lo había predicho esta fiesta era un caos, había llegado junto con mis amigas, y ahora no las encontraba, por lo que me fui a la barra a ver si me encontraba a alguien por ahí.

- Un tequila, por favor.- Pedí al bar tender, necesitaba algo fuerte para deshacer los nudos de mi cuello.

- ¿Vienes de la fiesta de la universidad?-Escuché que me preguntaba el hombre que estaba sentado a mi lado.

- Si.-Contesté sin prestarle mucha atención, estaba más concentrada en mi bebida.

- ¿Demasiado estrés?-Preguntó de nuevo el extraño.

- Si.

- Entiendo.

Durante un largo rato nos quedamos en silencio, y mejor para mi, no me gustaba para nada hablar con extraños en bares.

- ¡Sam!.-Escuché que gritaban mi nombre. Giré la cabeza para buscar a quien me estaba llamando, y casi mi caigo del banco al ver al hombre que estaba a mi lado. Era casi perfecto.

Alto, castaño claro, piel bronceada, barba de tres días que lo hacía ver extremadamente interesante, y unos ojos grandes color miel, los cuales me veían intensamente. Aunque no era de mi edad, fácilmente me duplicaba la edad.

- Hola.-Dijo una vez que me vio viéndolo detenidamente.-Me llamo Christopher.-Se presentó a si mismo acercando su silla un poco más a la mía.

- Samantha.-Dije estrechándole su mano, era grande y fuerte. Tanto, que su mano envolvía a la mía, pero se sentía bien. Se sentía segura.

Desde esa noche nos hicimos grandes amigos, él tenía 37 años, era casado y tenía dos hijos, a los cuáles adoraba.

Era 16 años mayor que yo, y aún así la química era impresionante. Ambos sabíamos que lo estábamos haciendo estaba mal, el tenía un compromiso con otra persona. No hacíamos nada malo, solo hablábamos y nos dábamos cuenta de que teníamos demasiadas cosas en común; el tiempo con él parecía que se iba volando.

Y así fue, dos meses y la escuela estaba a punto de empezar. Solté un gemido de frustración, eso significaba menos tiempo con Christopher.

Ya no podíamos escapar de esto, nos amábamos, nos habíamos hecho co- dependientes el uno del otro. Esto estaba mal.

Y así fue como termine con mi corazón hecho mil pedazos, enamorada y herida. A pesar de que yo sabía que no podía estar con él, me había aferrado a algo imposible.

- Sam.-Había dicho una amiga.-No te metas en algo así, tú serás la que saldrá más lastimada; él se irá con su familia, y ¿tu? ¿Dónde quedaras?

Otro suspiro. Todo esto era mi culpa, tome una mala decisión. Casi destruyo una familia, y me destruí a mí misma. Todo por la necedad de tener lo que era prohibido.

Esto era enfermizo.

Era tanta mi necesidad de sentirlo, que lo imaginaba estando aquí en mi departamento, me gustaba pensar en que es lo que estaríamos haciendo si las cosas hubieran seguido adelante. Lo veía acostado en mis piernas cuando veíamos una película en la sala, o lo sentía abrazándome por la espalda cuando lavaba los platos.

O me imaginaba sus labios sobre los míos, como tantas veces los sentí. Y cada una de ellas, con la misma intensidad y el mismo efecto que la vez anterior.

Esto tenía que terminar, solo me pisaba a mí misma. Tenía que hacer algo.

¿Qué más podía hacer? Todo estaba perdido.

- Basta, Christopher.-Exigí intentando esconder la risa.-No me gustan las cosquillas. ¡Déjame!-Grité antes de soltar una carcajada que sonó por todo el departamento.

- ¡Te dije que te haría reír!-Dijo con orgullo mientras sus brazos rodeaban mi cintura y me alzaba en el aire.

- ¡Bájame! Las cosquillas no cuentan. Y no tengo tiempo para reírme, estamos en finales de semestre. Necesito acabar.-Volví a explicar, mientras me retorcía en sus brazos intentando bajarme.

- ¿A si?-Preguntó mientras me colocaba con extremo cuidado sobre el sillón.- ¿Tampoco tienes tiempo para esto?-Me besó suavemente en los labios.

- No, Christopher. Por favor, no quiero tener que desvelarme.-Me excusé mientras lo besaba entrecortadamente.

- ¿Y? De cualquier manera te ibas a desvelar…- Dijo como quien no quiere la cosa.

- ¿¡Te vas a quedar!?-Pregunté parándome en el sillón, extremadamente emocionada.

- Exacto.-Contestó mientras me volvía a cargar.-Así que mejor empezamos desde ya, para que puedas acabar tu tarea.-Dijo con tono picarón al mismo tiempo que caminaba hacia la habitación.

No pude hacer nada más que reír.

Grité, grité y grité como nunca lo había hecho. Pero era tiempo de dejarlo ir, ya había sido suficiente.

Metí cada una de las cartas, todas las fotografías y todos los regalos en un bote de basura grande. Y le prendí fuego.

Este era mi último adiós. Aquí era donde dejaba todo lo Él había hecho conmigo. Aquí dejaba a mi primer amor, y probablemente, al amor de mi vida. Aquí dejaba mi corazón. Aquí me dejaba a mí misma.

- Es que no lo entiendo.-Murmuré mientras agachaba mi vista intentando ocultar mis lágrimas.- ¿Por qué así? ¿Por qué ahora?

- Tú y yo sabíamos que esto tenía que terminar, tarde o temprano.-Contestó con una voz fría.

- Sí, pero todo iba tan bien. No me diste ninguna señal.-Comencé a hablar intentando recordar algún indicio de que la relación iba mal.-Esta misma mañana cuando hablamos, dijiste que me amabas, ¿es que acaso ya no lo haces?-Pregunté viéndolo a la cara, ya no me importaba que viera mis lágrimas caer por mis mejillas, al fin y al cabo el las estaba causando.

- No, ya no.-Contestó sin decir nada más y desviando la mirada.

El aire me faltó, se me cerraron los pulmones. No eso no podía ser. El me amaba, al igual que yo a él.

- Será mejor que me vaya.-Comentó después de un largo momento de silencio.

- ¡No!-Grité tomándolo de la muñeca.-No te puedes ir así, y dejarme.-Me paré y comencé a llorar desconsoladamente.-No puedes decirme 6 horas antes que me amas, y después solo negarlo, ¡Me estas ocultando algo!-Reclamé mientras me acercaba a él.-¿Qué es?-Exigí saber.

- No es nada.-Contestó caminando hacia la puerta.-Me tengo que ir.

- Estas mintiendo y lo sabes.-Recrimine, respire profundamente y me calme antes de hablar.-Si, en algún momento en estos seis meses, me amaste de verdad, te suplico, te ruego que me digas la verdad y no me dejes creyendo que jamás me amaste como yo te amo.-Intenté que sonara calmado, pero sonaba necesitado, era una súplica.

- Es mi esposa.-Dijo simplemente.

- ¿Lo descubrió?-Pregunte asustada.

- No

- ¿Entonces?

- Está enferma

- ¿Qué tiene?

Guardó silencio por unos segundos, y me miró fijamente.

- La enfermedad de Creutzfeldt-Jakob

- ¿Qué es eso?

- Es una enfermedad degenerativa del cerebro, no sé muy bien en qué consiste. Pero los doctores no le dan más de un año de vida.

- Lo siento.-Contesté mientras secaba las lágrimas en mis mejillas.-Ahora lo entiendo.-Murmuré con la voz más baja que podía ya que el nudo en mi garganta apenas me permitía hablar.

- Sam.-Pronunció mi nombre acercándose a mí, tomo mi cara entre sus manos con extremada delicadeza y me besó, lenta y profundamente.

Este era el beso. El último beso.

Seis años después

Cerré la puerta del departamento y me giré a la calle, vi el camión de la mudanza avanzando hacia la siguiente calle, mi taxi me estaba esperando. Le hice una señal de que esperara un poco más, y miré de nuevo a mi departamento.

Había vivido tanto aquí, había sido mi primer hogar.

Aquí había reído, aquí había llorado, aquí había amado… Aquí me había convertido en la mujer que soy.

Pero era tiempo de seguir adelante y crear nuevos recuerdos, como alguien más independiente y dejando atrás todo lo que alguna vez había sufrido.

Le sonreí al edificio y me monté al taxi.

- Al aeropuerto, por favor.-Pedí mientras cerraba la puerta.

- Claro.

En el aeropuerto

Faltaba menos de una hora para abordar mi avión a París, me iba a vivir allá para comenzar una vida nueva, y hacer mis sueños realidad.

Estaba en la máquina de comida comprando unos chocolates porque moría de hambre, cuando sentí la presencia de alguien atrás de mí.

Cerca, demasiado cerca.

Mire por el reflejo de la máquina y casi me voy de espaldas al ver esos ojos, SUS ojos.

Me giré rápidamente y lo vi, sonriéndome.

Pero su sonrisa no era la misma, estaba cansado, y se veía viejo. No como antes, pareciese que estos seis años algo lo hubiera consumido.

Pero eso no importaba, era él, estaba de vuelta en mi vida. Le sonreí, y le di uno de mis chocolates.

Lo demás no era necesario que lo dijera, todo lo que se tenía que decir, ya había sido dicho.

Cuando subí al avión no pude más que sonreír levemente, recordando todos los buenos momentos que tuve junto a él, por fin había cerrado esa etapa de mi vida, podría seguir adelante.

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